Un Pescador de Oportunidades

lunes 23 de septiembre del 2013 | 00:00

Por Catalina Pazmiño

Una marca en su frente y manchas en sus manos demuestran los riesgos de trabajar con oro. Hace algunos años su chompa enganchó al recipiente en donde estaba procesando el metal precioso y parte de su cuerpo se impregnó de ácido nítrico, usado como reactivo para verificar el valor del metal. El ardor fue tan intenso que tuvo que salir a la calle para que la lluvia que en ese momento caía sobre Quito, aliviara su dolor.

Wilson Rodríguez es el dueño de esta experiencia; un hombre de cabello canoso, de caminar tranquilo y voz segura, quien considera su edad “un secreto de estado” y que acudió el jueves 19 de septiembre al Monte de Piedad de Ambato.

Su interés es participar en el remate de 75 lotes de joyas, el cual se desarrolla bajo la modalidad de subasta al martillo, evento abierto al público en el cual las personas ofrecen dinero por lotes de joyas, que en los últimos tres meses cayeron en mora por falta de pago y que son adjudicadas al mejor oferente.

El ingreso al Monte de Piedad ubicado en el centro de la ciudad, en la calle Castillo, entre Sucre y Bolívar, es por la sección lateral de donde funciona el Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social (IESS), el cual se oculta parcialmente tras un portón de garaje. Sin embargo, Wilson sabe por dónde ir, ya que no es la primera vez que está allí.

Cerca de él se encuentran más de 30 personas, entre comerciantes, amas de casa, estudiantes, fabricantes de joyas, también interesados en participar en el proceso.

Wilson, desde hace más de 40 años, acude a los remates de joyas en las oficinas de préstamos prendarios en el país. No es orfebre, pero aprendió sobre el oficio en el camino. Nació y vive en Quito; sin embargo, viaja periódicamente a otras ciudades del país en busca de las mejores opciones para la actividad comercial que desempeña.

Al entrar, toma una silla metálica cubierta con cuerina negra de la sala de espera y la ubica frente a la vitrina donde se exhiben las joyas que rematarán. Se coloca sus lentes para analizar con cuidado cada uno de ellos. Su experiencia le permite apostar visualmente a las alhajas que considera que tienen un gramaje de 18 o 24 quilates de oro y las anota en un libretín.  

Inició en el negocio desde los 23 años, edad en la que se casó. Estudiaba arquitectura en la Universidad Central del Ecuador, pero su situación financiera le hizo abandonar sus estudios y buscar opciones para mantener su hogar.

Su padre fue quien le introdujo a modo de sugerencia en la actividad. Empezó a trabajar vendiendo joyas, desde las 6h00 hasta incluso la medianoche. Tuvo que enfrentarse a las dificultades de clientes que no pagaban a tiempo, que se cambiaban de casa o trabajo y a quienes luego resultaba imposible localizar.

Por eso desde hace aproximadamente 20 años transformó su línea de acción. Su interés ya no es revender las joyas. Su negocio es fundir el oro y refinarlo para venderlo por gramos a los fabricantes de alhajas.

Recuerda que cuando el Ecuador aún tenía como moneda el sucre, la ganancia en la compra de oro le dejaba una rentabilidad entre el 30 y 40% de la inversión. Hoy es de 2 dólares por gramo (muy rara vez ha llegado a venderlo en 5 dólares), debido a las fluctuaciones del valor de este metal precioso en el mercado internacional y su incidencia en el precio establecido en el país.

Prefiere ofertar sobre un lote grande, que contenga varias joyas,  cuyo valor base sea alto y sobre el cual no hayan interesados en postular. Está seguro que allí la ganancia es mayor.

También ha tenido pérdidas. Cuenta que en el remate que se realizó en junio pasado en Guayaquil  no llegó a cubrir sus gastos de viaje, hospedaje y alimentación.

El trabajo que realiza no le ha hecho un hombre rico, a pesar de lo que la gente piensa, dice. Antes tenía clientes que compraban hasta 100 gramos, ahora no le compran más de 10.

Wilson está divorciado. Sus tres hijos son adultos y solo uno de ellos ha seguido sus pasos.

Al haber entrado a la tercera edad (eso sí lo admite) y al no poder jubilarse por no haber aportado nunca a la seguridad social, el futuro es incierto.

Por ahora, su interés es continuar trabajando, por lo que seguirá acudiendo a los remates de joyas. Su próxima meta, el 23 de septiembre al Monte de Piedad de Latacunga.




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